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domingo, 4 de septiembre de 2011

DEGRADACIÓN


Era la tristeza antes que la sordidez de estas boîtes lo que permanecía en la memoria. Los pasajes de Frankfurt abastecían a un mundo diferente. La gente que rondaba las kneipen* no se parecía a la gente que he visto en otras partes. Dejada ya muy atrás la primavera de sus vidas, jamás reían y muchos de ellos ni siquiera parecían humanos. Ni Hogarth, ni Rowlandson ni Daumier –ni siquiera Goya– trazaron jamás unas honduras de degradación, disolución y deseperación como las que destellaban en los ojos diminutos y bestiales de aquellos rostros abotargados, cubiertos de manchas e hinchados de cerveza. Los trabajos de estos artistas no muestran la combinación del cráneo calvo y abollado; el labio inferior caído y babeante; los pliegues de piel floja sobre el cuello alguna vez tirante; la doble papada descendente o suelta. El Bosco conocía a esa clase de hombres, a quienes los historiadores del arte de nuestro tiempo han descrito como grotescos monstruos de su imaginación, criaturas de pesadilla surgidas del folclore de la Edad Media. El temprano George Grosz los conocía aún mejor. Ningún artista muerto o vivo ha reproducido con tanta fidelidad a la hembra de esta especie subhumana: el ojo ausente, receloso, húmedo; la carne blanca y floja; los grandes senos ondulantes; esos brillantes surcos escarlata; los labios nunca cerrados y siempre ladeados; y por último, las manos y los dedos: esos cúmulos de manteca fría de los que cuelgan salchichas rosadas, permanentemente húmedas y casi sin uñas.
         El daño oculto. James Stern

*Tasca, tugurio.


 
William Hogarth
Thomas Rowlandson
Honoré Daumier
Francisco de Goya
El Bosco
George Grosz
George Grosz

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