¿Para qué sirven, entonces, los senderos entre los muros de piedra, escondidos en el monte, para qué sirve el silencio, dejando de lado los grillos y las cigarras, para qué sirven las plazas azules y doradas donde puedes tumbarte a contemplar las olas más largas que te mojan los pies, las calles que se estrechan en los arrecifes que caen a plomo, el mar infinito? ¿Y las colinas de piedras bajas y los arrecifes de plata como cráteres lunares, que albergan estanques naturales colmados de arena, y el mar, que siempre está hermoso, amenazante cuando las olas rugen y se hinchan y arremeten con fragor, delicadísimo cuando te acoge sin moverse, para qué sirven, si te sientes tan triste? Para nada.
La imperfección del amor. Milena Agus
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